jueves, 21 de octubre de 2010

LA PATOLOGIZACIÓN DEL LESBIANISMO:

La medicina y la sexología.
Las últimas décadas del s.XIX vieron nacer una nueva disciplina llamada sexología, cuyo objetivo era crear una ciencia del deseo. La tarea que se impusieron lo fundadores de la sexología fue la del tratamiento científico del sexo. El quehacer de estos primeros sexólogos ha dejado una profunda huella en nuestras actitudes y pensamiento sobre sexo que manejamos en la actualidad.
Los escritos de la sexología del siglo XIX, entre otras muchas cosas, suponen un gran esfuerzo de clasificación y definición de patologías sexuales, lo que origina una impresionante serie de minuciosas descripciones y rotulaciones de los impulsos sexuales considerados “anormales”. La Psicopatía Sexualis de Krafft-Ebin supone un momento decisivo, ya que representa todo un catálogo de perversidades, desde la inversión sexual hasta la zoofilia. La urofilia, el fetichismo, el exhibicionismo el sadomasoquismo y muchas, muchas más, hicieron su aparición pública a través de esta manía clasificatoria. El lesbianismo es un ejemplo de esta categorización clínica de las sexualidades denominadas perversas.
Algunas historiadoras lesbianas y feministas han argumentado que una identidad lesbiana específica basada en las categorías de la sexología (lesbiana masculinizada) no se desarrolló hasta finales del siglo XIX. Demostraron, como ya se ha dicho, que con anterioridad a esta fecha fueron frecuentes entre las mujeres de clase media de Gran Bretaña y Estados Unidos, tanto las casadas como las solteras, las amistades pasionales, románticas, a menudo de larga duración, que incluían continuas y desbordantes expresiones de amor, compartiendo cama, a veces durante toda una vida, sin que esto se considerara extraño o sospechoso.
A lo largo del siglo XIX también hubo algunas mujeres que se ajustaron al modelo que más tarde daría la sexología, llegando a vestir incluso con ropas de hombre, y amaron a otras mujeres.

Sin embargo, todo ello no pareció influir en la aceptación social del amor de las mujeres por las personas de su mismo sexo. No parece que se vieran a sí mismas diferentes a otras mujeres, ni que se sintieran integrantes de un grupo humano con unas características particulares, es decir no tenían conciencia de diferencia. Esta idea o sentimiento de ser diferentes sexualmente se divulgó con el auge de la sexología. Por ello la categoría, la palabra “lesbiana” refiriéndose a un grupo concreto y como término que le define es relativamente nuevo y no fue de uso corriente antes del siglo XIX.
En el siglo XIX se le atribuye a la medicina y a la sexología (muy unida a esta disciplina), además del simple conocimiento de la enfermedad, el conocimiento de las reglas de discriminación entre lo anormal y lo patológico. Y es entonces, y no antes, cuando el lesbianismo se convierte en enfermedad.
A finales del siglo XIX, el sexólogo Havelock Ellis definía el lesbianismo de esta manera: “El carácter principal de una mujer invertida sexualmente es un cierto grado de masculinidad, los movimientos bruscos y enérgicos, la actitud y el andar, la mirada directa, las inflexiones de voz y, sobre todo, la manera de estar con un hombre, sin timidez ni audacia, son signos para un observador prevenido, de que ahí existe una anormalidad psíquica subyacente”.
Lo más importante de esta definición es que se trata al lesbianismo como enfermedad mental; la trasgresión de las expectativas que se tenían socialmente sobre una mujer, la mujer que no respondía a lo que se esperaba de su género, esposa, madre, cuidadora, era inmediatamente definida como lesbiana. Se definía a la lesbiana por el rol, la actividad que desempeñaba y no por el aspecto emocional, claro definidor de la lesbiana actual. Esta manera estereotipada de pensar a la lesbiana, como mujer masculina, subyace todavía hoy en el discurso sexual de nuestras sociedades occidentales.
Es frecuente que los estudios sobre lesbianismo realizados a finales del siglo XIX, se basen en las relaciones entre mujeres internadas en manicomios criminales. Llegándose a definir el lesbianismo como uno de los fenómenos propios de las mujeres prostitutas. No es de extrañar por tanto que tanto a prostitutas como a lesbianas se les apliquen los mismos sistemas de curación: lobotomía, electroshock, extirpación de genitales…
En 1908 manuales de la época, no siempre contrarios a los derechos de gays y lesbianas describen de esta manera a la mujer homosexual: “un temperamento activo, valiente, creador, bastante resuelto, no demasiado emocional; amante de la vida al aire libre, de la ciencia, la política o hasta de los negocios; buena organizadora y complacida con los puestos de responsabilidad…. Su cuerpo es perfectamente femenino, aunque su naturaleza interna es en gran medida masculina”. Seguramente hoy en día no logramos descubrir qué hay de lésbico o masculino en este retrato.
La mayoría de los hombres de ciencia de finales del siglo XIX y principio del XX, solían asociar la autoafirmación, la independencia y una cierta actitud feminista con el lesbianismo. Estas características bastaban para acusar de inversión a una mujer en 1890 y siguen formando parte hoy en día del imaginario popular a la hora de describir a una lesbiana.
Otra característica de este imaginario popular sobre la lesbiana es el considerar los juegos de roles, aquello de una hace de mujer y otra de hombre, como parte ineludible de las relaciones lésbicas, algo claramente atribuible a la sexología, quien diferencia entre dos tipos de mujeres homosexuales.
· Las “invertidas congénitas”, de orientación masculina.
Las · “pseudolesbianas”, que podrían haber sido heterosexuales de no haber sucumbido a las artimañas de la verdadera invertida. Tenían el aspecto y el comportamiento de la mujer heterosexual afeminada de su época.
Ambos tipo de mujer se atraían mutuamente y por arte de magia estas mujeres pasan a desempeñar en la cama los roles propios de su aspecto exterior. Las prácticas Butch/Femme , el deseo de penetrar y ser penetrada por otra mujer, es un hecho incuestionable y han generado dentro del movimiento lesbiano feminista no pocas discusiones, sin embargo no se pueden hacer extensivas a todas las lesbianas bajo argumentos tan peregrinos y ser elemento esencial del estereotipo lésbico de nuestros días. Es simplemente una característica sexual que algunas lesbianas tienen y otras no.
El trabajo de la sexología provocó una campaña en las escuelas y centros universitarios en los años veinte en Gran Bretaña, destinada a prevenir contra el lesbianismo a las mujeres y chicas más jóvenes, de manera que las relaciones entre mujeres habían adquirido un tinte de perversión bastante generalizado. Se convierte el lesbianismo en algo perverso, marginal y maldito. Consecuentemente muchas mujeres se refugiaron en matrimonios heterosexuales o desarrollaron un gran desprecio y compasión por sí mismas al aceptar la etiqueta de invertidas.
En el imaginario popular el amor entre mujeres, más que nunca a lo largo de la historia, empieza a asociarse con la enfermedad, la demencia y la tragedia. Cuando el lesbianismo se considera patológico muchas mujeres lesbianas se patologizan a sí mismas sufriendo una falta de identidad, entrando en conflicto con el propio ser femenino y asumiendo formas de relación y valores sexuales masculinos. En la literatura del siglo XX escrita por lesbianas o que narra historias con protagonistas lesbianas, es frecuente encontrarse con personajes torturados, infelices y que a menudo fantasean con el suicidio. Fiel reflejo de lo que en “los felices años 20“ se vivía.
Frente a este modelo sexológico y a siglos de negación católica del lesbianismo han tenido las lesbianas del siglo XX que construir su identidad y encontrarse a gusto consigo mismas. Realmente no ha sido tarea fácil, y hoy día sigue sin serlo para muchas, por eso es importante recoger el legado y las aportaciones que muchas mujeres que han amado a mujeres a lo largo de los dos últimos siglos nos han dejado, porque sin duda han allanado el terreno que hoy muchas de nosotras pisamos con derecho propio, sin ellas, sin duda alguna, nuestro camino hubiera sido más difícil. Conocer su historia y reconocer su valor nos permite darnos cuenta de que vivir una sexualidad diferente es posible y gratificante.


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